Luces y sombras en la lucha contra el trabajo infantil

El trabajo infantil más allá de un tema de discusión, se denota actualmente  como una realidad que no se puede ignorar. Cada día, miles de infantes y adolescentes salen temprano de casa, pero no a la escuela más cercana sino a trabajar para contribuir económicamente con su hogar. Lejos de poseer los comunes sueños e ilusiones propios de su edad, se ven expuestos a terribles condiciones vendiendo o pidiendo dinero en las calles, laborando en los campos, trabajando en coheterías, casas particulares, en canteras de piedra, entre otros muchos sitios. Así maduran casi a la fuerza y desde muy temprano, sufren la dureza de una vida que no han elegido vivir.

 

Mundialmente, según estadísticas de organizaciones internacionales, se estima que son cerca de 168 millones de niños en condiciones de trabajo; en Guatemala la cifra según registros del Instituto Nacional de Estadística (INE) hablamos de cerca de un millón de infantes trabajadores, en Quetzaltenango propiamente encontramos cerca de 10,000 aproximadamente, entre niños que son propios de la región y algunos que emigran de otras partes del interior del país, junto con su familia para buscar mejores condiciones de vida. Situación que se agrava cada año, sin que haya una reducción alguna según el Reverendo Ricardo García, director del Centro Ecuménico de Integración Pastoral (CEIPA), y quién por más de 20 años se ha dedicado a luchar contra esta triste realidad.

Causas y efectos

Para García, las causas de esta realidad son muchas, pero la familia no precisamente es una de ellas, según lo expresó. Se trata más bien de políticas públicas insuficientes, mismas que nunca han garantizado la salud, la educación o el trabajo digno de la población y por ende, no les queda más a los padres que buscar la manera de que sus propios hijos coadyuven con lo necesario para el hogar. Sin mencionar el ambiente de pobreza y pobreza extrema en el que conviven diariamente. “Existe un marco jurídico que debería de velar por el cumplimiento de los derechos de la niñez y no lo hace, pero también hay un desinterés total por parte de las autoridades al respecto. Cosa imperdonable como garantes indiscutibles de estos derechos que son“ dijo.
De tal manera, no existe una ejecución adecuada de dichas leyes, y se hace hincapié, según el entrevistado, en el hecho de que no existe presupuesto alguno por parte del Estado, para fortalecer esta realidad de vida. En el caso CEIPA, se han implementado programas para sacar a estos niños de las condiciones de explotación laboral, pero han sido desbordados por el contexto social, hecho de que no se ha logrado casi ningún avance al respecto. Sin mencionar la insensibilización por parte de la población, que cada día ve con mayor normalidad el hecho de que niños estén lustrando en las calles, vendiendo cosas en los semáforos, o en condiciones peores dentro de coheterías o empresas de otra índole, sin educación, comida suficiente o seguridad alguna.

Voluntad política

La problemática, según García, estriba primordialmente, en la voluntad política por parte del Estado y autoridades locales. “Como guatemaltecos, estamos acostumbrados a poseer una esperanza vacía cada cuatro años, sin exigir realmente que nuestra realidad cambie, más allá de lo sucedido con el gobierno anterior”. De allí se desprende, que no existan políticas públicas ad hoc para contrarrestar la explotación infantil en sus peores formas. “Actualmente, sin generalizar, no veo que el tema de trabajo infantil sea una prioridad  para las autoridades, y mucho menos que existan planes concretos para subsanar esto en Quetzaltenango y la región de parte de ellos.” sentenció.
Está claro que el tópico es más que complejo, tomando en cuenta la realidad que se pretende trasformar. Pese a todo, existen organizaciones como CEIPA y otras similares, que con apoyo internacional, implementan programas y proyectos en pro de la niñez y adolescencia guatemalteca. Queda entonces, en la misma sociedad un proceso de re humanización, es decir una toma de conciencia al respecto, de indignación si se quiere, y entonces exigir de parte del Estado e instituciones competentes planes concretos, pero igualmente, nada servirá si no cambiamos primero nuestra forma de pensar, individual, familiar y socialmente.
Redacción:
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